Moses
Akatugba estaba esperando los resultados de sus exámenes de secundaria cuando
su vida cambió para siempre en noviembre de 2005. Tenía 16 años. Miembros del
ejército nigeriano lo detuvieron cuando se dirigía a su casa y lo acusaron del
robo de tres teléfonos, cierta cantidad de dinero y cupones en un robo a mano
armada. Él siempre ha negado estas acusaciones.
Según
cuenta, los soldados le dispararon en la mano, lo golpearon y se lo llevaron a
un cuartel militar. Allí le enseñaron un cadáver y le pidieron que lo
identificara. Cuando dijo que desconocía su identidad, volvieron a golpearlo.
Trasladado a una comisaría de policía, fue torturado de nuevo. “El dolor que
sentí fue indescriptible”, dice Moses. Los agentes lo obligaron a firmar dos
“confesiones” previamente redactadas
que más tarde se utilizaron como pruebas en su juicio. Pasó ocho años en
prisión y en noviembre de 2013 fue condenado a muerte.